José Miguel Gómez
Publicado el: 4 mayo, 2020[1]
La cultura se deja expresar de diferentes maneras, ya sea en el trabajo, la socialización, la música, la comida, la vestimenta, los valores, la religión, los hábitos, la conducta y el comportamiento social. Pero, donde más se apoya y se sostiene el aprendizaje cultural, es a través del sistema de creencias: que son verdades absolutas, asumidas y reforzadas, aprendidas de generación en generación, sin tener una explicación científica, ni social, ni objetiva, ni lógica y mucho menos mediable, más bien, son creencias absurdas, limitadas que se defienden a través de mitos, tabúes, prejuicios, símbolos, miedos, manipulaciones, influencias, dominación, posiciones y controles de las personas.
Para el colectivo responder a un llamado de salvación de un peregrino debe vivir una condición de miedo, temor, angustia, desesperanza, impotencia y desconfianza, frente a una crisis como es el covid-19. “El peregrino es un elegido que se cree poseído o señalado por fuerzas divinas, Dios, que lo guía, le habla, lo conduce hacia la sanación o cura de personas, sociedades o naciones”.
Desde allí, el peregrino asume el poder, la grandeza, el predestinado, lo mágico-religioso, y lo conecta con lo simbólico: la cruz, el madero, el mesías y el sacrificio; Es decir, el peregrino funciona con un estado de ánimo congruente con sus pensamientos: “Dios me hablo, me dijo coge una cruz, camina hasta el mar, para sanar a las personas del coronavirus”.
Es decir, él cumple una orden, un mandato, producto de una fuerza divina, expresada desde la creencia mágico religiosa popular, de la cultura y del aprendizaje de la comunidad donde se han criado; Pero también, así lo sentía el policía, el chofer del 911, los motoristas, el alcalde, los que iban sumándose en cada parada de la cruz de madera: “Corran nos van a sacar de la pandemia”, “el peregrino dice que Dios le habló”, “Vengan, corran, vamos al mar, “todos serán curados decía en peregrino” y las personas así le seguían.
Más que ignorancia, es un aprendizaje mágico religioso, que cuando no tengo respuesta de la ciencia, se busca el remedio en los símbolos, en lo que trasciende al hombre. Es desde esa participación aprendida y reforzada que se legitima el peregrino, el hechicero, el brujo, el charlatán, el enfermo y el histérico.
Frente a una pandemia que tiene contagios comunitarios y muertes en Puerto Plata, el peregrinaje buscando la salvación y cura del coronavirus, fue un comportamiento de alto riesgo psicosocial, comunitario y sanitario que contagia a más personas, que impacta al sistema de salud, a la población y la economía de la región.
Diríamos que vivían la cuarentena, tenían información de la pandemia, del distanciamiento social y medidas de higiene, pero vivían el temor, el miedo, la impotencia y la necesidad existencial de no morir por el covid-19; El peregrino movió esa necesidad vital, catalizó el miedo, y controló desde la religiosidad popular la sanación colectiva: allí, el peregrino tocaba a las personas, las abrazaba, les hablaba de cerca y las guió al mar, a la iglesia, con una cruz de madera y la bandera dominicana, y sintiéndose“ el elegido por un Dios que le habló, le ordenó y lo escogió para llevar salvación y cura de la pandemia”.
Fue un acto de irresponsabilidad, de riesgo y de la expresión de un sincretismo cultural, mágico religioso, propio de la cultura de creencias en la fuerza de lo simbólico. Por eso, ningún militante comunitario político-social, ni militar, ni hombres, ni mujeres pudo dudar, detenerse, pensar, o controlar sus creencias, su fe, su dolor o frustración y miedo; quedando influenciada durante horas por el peregrino a través de un comportamiento social de religiosidad popular y de creencias sostenidas por años.
[1] Publicado originalmente en:
https://hoy.com.do/puerto-plata-victima-de-la-religiosidad-popular/